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lunes, 21 de diciembre de 2015

DAMÁSO PÉREZ PRADO Y LUDWIG VAN BEETHOVEN JUNTOS? ...POR QUE NO?

Ciento cuarenta años después del estreno de la Quinta Sinfonía de Beethoven, tocó a la puerta de la casa del pianista y compositor cubano Pérez Prado, no el destino; sino la musa que le inspiró su mambo N° 5.


En 1948, el arreglista cubano de treinta y dos años Damáso Pérez Prado estaba en la cima de su fama y ya llevaba compuestos tal número de mambos y danzones que, cansado de inventarles títulos (Patricia, por ejemplo), había decidido, cuatro mambos atrás, simplemente numerarlos de ahí en adelante. Por eso, el disco de 78 revoluciones que salió a la venta al año siguiente, llevaba en una cara una pieza titulada con su última ocurrencia, Qué rico el mambo, y en la otra –con igual número que la Quinta– el popular mambo N° 5.



Los cubanos y el mundo bailaron durante veinte años al ritmo de ese mambo y otros, lo mismo con número de opus como sin él, hasta que el entusiasmo por el mambo comenzó a decaer para dar paso a otros ritmos, como por ejemplo la salsa, a fines de los setenta. Justamente por esos años, al otro lado del globo daba sus primeros pasos el futuro director y pianista japonés Akira Miyagawa, también arreglista, quien con el ánimo de difundir la música clásica comenzó a urdir arreglos impresionantes de piezas clásicas, haciéndolas amigables para quienes no muestran una disposición natural hacia "la música seria".

Recientemente, junto a una orquesta de jovencísimos músicos, Akira  decidió pedir prestados a Beethoven y Pérez Prado, algunos compases de su respectiva obra cumbre para "componer" un híbrido sorprendente.




El resultado de este singular propósito se muestra en el vídeo en el que Akira nos invita a transitar sin pausa desde el ominoso motivo inicial de cuatro notas del allegro de la Quinta Sinfonía del maestro de Bonn ("el destino que golpea a tu puerta") a la alegría y goce de la vida que supone la música caribeña, más precisamente, cubana, del cien veces citado –en el cine y la TV– mambo N° 5.

No sé cómo habría reaccionado Ludwig. Quiero creer que hubiese sonreído, pese a lo gruñón y malhumorado que andaba en sus últimos años.


Con La belleza de escuchar

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